martes, 6 de diciembre de 2016

Carta a un hijo.

“Pese a todo, hijo, este mundo es hermoso y la gente es buena. Ya sé que no va a ser fácil convencerte que lo que ves cada día en los informativos es mucho peor que lo que aparece en las películas de miedo, pero piensa en todo lo que no aparece. Piensa en todo lo que no es noticia, y que es lo que realmente llena la vida. Piensa que por cada terrorista armado hay cientos, miles de hombres y mujeres pacíficos que intentan vivir pidiendo y ofreciendo paz. No es todo terrible, no es todo injusto.

Pero si te confieso todo esto, si te aseguro que este mundo es hermoso y que la gente es buena, no lo hago ni para tranquilizar tu dolor ni para que entierres la rabia que te habita. No debes conformarte con lo que hay, ni levantar los hombros y esperar que otros carguen con la tarea de mejorar el mundo. En eso estamos todos, en eso deberíamos estar todos. Y no sólo cuando la sangre tiñe de rojo unos trenes de cercanías, la redacción de una revista o una sala de fiesta. Tampoco creas que sólo los fanáticos son los culpables. Lo son, claro que lo son, pero tienen cómplices que trafican con su fe engañada, con su pobreza, que les venden las armas, que les prometen paraísos que no existen, que desde despachos impolutos delimitan fronteras entre pueblos expoliados, que para mantener el equilibrio de los mercados, no dudan en proteger gobiernos que exhiben impúdicamente su riqueza mal repartida mientras todos miramos hacia otro lado. Pues a pesar de todo, es necesario convencerse de que este mundo es hermoso y que la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, la inmensa mayoría de esos seres que lo habitan, sólo quieren el pan de cada día y la bendita paz que algunos ni siquiera conocen.


Debes creerme, hijo, porque si no fuera así, no te dolería la injusticia y te acomodarías en tu bienestar y abandonarías la rabia que ahora sientes. Y si eso pasara, les estarías dando la razón a los que matan. Y porque no la tienen, llénate de ira ante el horror y únete a los hombres y mujeres que no piden venganza sino justicia.”

Andrés Aberasturi



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