miércoles, 2 de enero de 2019

Pequeños placeres.

El rocío en la ventana al despertar,
el río rojo y muerto un atardecer de otoño,
la manzana al final de la comida,
las alpargatas al llegar a casa,

los pies de los que amo unidos en la pila del pozo
de la casa de las retamas en Isla Canela,

los sueños que compartimos sin hablar,
el regalo fugaz de su hermosura sin consenso, su incertidumbre,

la abeja que vuelve al panal con las patas amarillas,
la hormiga que encuentra un trozo de pan más grande que ella,
el bóxer que aún continúa jugando en la playa,

el amor que hay que alimentar cada día con el fuego de lo que amamos,
el pisar la nieve,
el remo en el agua,
el rumor de la corriente,
la música del violonchelo,
el viento entre los pinos,
las flores caídas al pie del almendro,
el desplazamiento de las piezas de ajedrez sobre el tablero,
las campanas que tocan a muerto,
el zumbido de los años,

todo lo que puede ser oído pero no retenido,
las voces familiares,
la costumbre de tus besos,
el breve sueño de la siesta,
la pequeña muerte,
el plantar flores,
la estela en el agua,
los castillos de arena,
las nubes que se disuelven,
las huellas de las garzas en la orilla,

todo lo que retiene su belleza en que pasará,
el brillo de las mariposas,
las estaciones, el relámpago,
las guirnaldas de flores,

todo lo que invita,
la mujer hermosa,
la conversación inteligente,
el sabio libro,

todas las cosas
que no hemos sabido querer,

vivir hoy,
vivir hoy,
vivir hoy.


Antonio Orihuela



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