Un cuento y una imagen. Me gusta el estilo de Juan José Millás: lo suficientemente elegante para no resultar pedante y a la vez directo, crítico sin ser grosero ni caer en ese lenguaje soez que parece estar tan en boga. Hoy me quedo con uno de sus cuentos y con una estampa que creo que refleja de manera brillante lo que en aquél se dice. Se trata de la fotografía tomada por el brasileño Tuca Vieira tomada en la frontera entre la favela de Paraisópolis y el distrito de Morumbi, uno de los barrios más ricos de São Paulo, en Brasil. Él mismo reconoce en una entrevista que reflejar la desigualdad a través de la cámara no es una tarea sencilla; sin embargo en esta ocasión enseña al mundo ese muro que divide las ciudades: la brecha social que construye dos tipos de ciudadanos. Es la segregación urbana y espacial de los más pobres.
Vaya
usted a la cocina de su casa, reúna un paquete de
arroz, otro de harina, una bolsa de sal, una tarrina de mantequilla y una
botella de leche. Observe durante un rato el conjunto y considere que ese torpe
aliño alimentario sería un tesoro ahora mismo en Rusia, por ejemplo. Pero si a
usted le da pereza reunir tantas cosas, abrir tantos armarios, ir de aquí para
allá, tome de la nevera una botella de agua mineral e imagine la riqueza que su
posesión significaría en algunos lugares de África. Resulta fácil pensarlo,
pero comprenderlo es más arduo. Digamos la verdad: no hay manera de entenderlo,
del mismo modo que no se puede concebir que las 225 personas más ricas del
mundo posean tanta riqueza como el 47% del resto de la humanidad. Busque usted
otro modo de expresarlo, si tiene la suerte de saber matemáticas, llegará en
cualquier caso a la conclusión de que, se mire por donde se mire, el asunto es
más bien salvaje. Tanto prevenirnos en la escuela de la ley de la selva y no
era más que esto: que unos pocos vivan muy bien a costa de muchísimos que lo pasan
fatal.
Lo toleramos porque no lo comprendemos. ¿Cómo explicar, si no, que haya
policías que por un sueldo modesto defiendan un orden semejante? Y cuando hablo
de policías me refiero también a los jueces y a los alcaldes y a los coroneles,
y a los peritos industriales, por no mencionar a los creativos de publicidad y
a los poetas de la experiencia. No se amontonen: también me incluyo yo. Si un
servidor hubiera entendido de verdad lo que significa reunir sin esfuerzo,
sobre la encimera, en cuestión de segundos, la riqueza mencionada al principio
de este artículo, ya habría saltado por la ventana o me habría metido en la
boca el tubo del gas.
Pero aquí estoy, ya ven, haciendo ejercicios de retórica con el arroz y la sal,
la mantequilla y el aceite que no tienen en Rusia. Decía mi madre que con las
cosas de comer no se juega, pero estaba equivocada la pobre, como en tantas
otras cosas. Si con algo hemos acabado jugando es con las cosas de comer. El
mundo es un Palé o un Monopoly, o quizá un Monopalé. Lo mejor, para ganar, es
no entender sus reglas. El mundo va bien.
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