De su casa proviene el gas con el que cocinamos, el petróleo con el que llenamos las autopistas, el coltán con el que hablamos por el móvil, el grafeno, el uranio, el oro, los diamantes, el arroz, los cereales, la soja, los vegetales o la ganadería; de sus manos, la producción barata. A ellos les arrebatamos vida y bienes. Les forzamos a una violencia, tanto económica como física, que acaba por expulsarles de la tierra de sus antepasados.
Entonces llaman a nuestra puerta y la respuesta es criminalizarles, repartirles como ganado, encerrarles en auténticos lager. Entonces llaman a nuestra puerta y, al principio, nos sentimos caritativos. Al principio les ayudamos como buenos ciudadanos que cumplen su deber para con el prójimo. Luego empiezan las voces, bien alimentadas por los medios de comunicación, que les culpan de aprovecharse de nuestra bondad, de abusar de nuestra generosidad.
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