Y cuando uno aprende a convivir
consigo mismo en soledad,
a disfrutar de ver solo un cepillo
de dientes en el baño, una sola cola
de vino que llenar con la botella,
y una cama más ancha
que aquella Castilla del poeta,
entonces, aparece una persona
distinta a las demás (entre comillas)
para ponerte una sonrisa boba
de dientes en los labios,
un brillo (muy especial) en la mirada,
y un cable que conecta
el sexo al corazón.
Te planta su bandera y su estandarte
en tu cocina y en tu lado del sofá,
te exige las llaves
de Breda... y de tu piso,
y acurrucado entre sus brazos
firmas la rendición.
Roberto Menéndez
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