La primera noche,
ellos se acercan
y toman una flor de nuestro jardín.
No decimos nada.
La segunda noche
ya no se esconden,
pisan las flores,
matan a nuestro perro
y no decimos nada.
Hasta que un día,
el más frágil de ellos,
entra solo a nuestra casa,
nos roba la luna,
y conociendo nuestro miedo,
nos arranca la voz de la garganta.
Y porque no dijimos nada,
ya no podemos decir nada.
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