lunes, 25 de abril de 2016

Estimada señorita.


Si usted me quiere, señorita, puede
comerme a besos. Decirme que me ama,
tomarme de la mano y suavemente
llevarme hasta su cama o invitarme
a un gin tonic o gritarlo en las esquinas.

Sabe usted que yo siempre estoy dispuesto,
a pesar de las canas de mi barba
y de mis muchos males. Usted puede,
si se atreve, incluso a abrazarme por las calles,
besarme por tabernas y portales.

¿Qué quiere que le diga? Si usted quiere
puede presumir con sus amigas
de tener un amor más que maduro,
un amante de aquellos que sabían
tratar a una mujer como Dios manda.

Haga usted lo que quiera, devóreme la carne,
chúpeme el alma o lo que se le ocurra,
déjeme el cuello lleno de chupones,
agóteme las noches, que me tiemblen
las piernas y los besos, señorita.

Pero nunca jamás vuelva a decirme
que me quiere lo mismo que si fuera
su padre y que encima me respeta.
El incesto, señorita, es un pecado
por el que estoy dispuesto a condenarme.


Rodolfo Serrano



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