Hasta hace unas semanas éramos uno de los pocos países de la Unión Europea que podía presumir de no tener al fascismo en sus instituciones parlamentarias, pero ha sido en Andalucía, en la tartessa y turdetana, en la Bética romana, en la visigoda y bizantina, en la almorávide y la almohade, en esta tierra que siempre fue de paso, de llegadas pero sobre todo de despedidas, donde el discurso identitario de la patria y la bandera ha calado entre un segmento de la población.
Son más guapos, son más jóvenes y han cambiado la parafernalia militar por el traje y la corbata, pero detrás de esta carcasa de aparente normalidad se esconden las mismas ideas reaccionarias que desangraron Europa durante la primera mitad del siglo XX. El odio al diferente es uno de los ejes centrales de su discurso y la xenofobia el remedio para todos los males de una población receptiva a los mensajes populistas.
La culpa es de los puigdemontes.
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