Tu dulce raja, jugosa, sirvió para refrescar aquella tórrida sobremesa estival. Las chicharras marcaban el ritmo, frenético y sin mesura, de las degluciones compulsivas. Cuando hube saciado mi sed, tras un profundo suspiro (acaso sirvió de punto y aparte), esparcí tus pepitas con desgana.
Me tumbé a dormitar en la sombra de una encina, digiriendo en duermevela la liviandad de tu alma líquida, evocando semiconsciente la suavidad de tu corteza, tu perfección esférica...
Rojo joven por dentro, viejo verde por fuera.
Macdito & Djanker
El vendedor de sandías
Magoz
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