A mí no me da miedo morir, me da miedo no haber vivido como se debe. No decirle a la gente que quiero, que los quiero. No mirar a los ojos de quien amo. No abrir los brazos de vez en cuando. A mi me aterra quedarme quieta, y lamentarme luego de que no fui corriendo a ayudar a quien me lo pidió, o no prestarle un poquito de mí a quien le faltan piezas. Vivir de manera rutinaria, ver las mismas caras y dar por sentado todo, hasta la vida misma. Mañana no sabemos, y el futuro siempre es incierto. Por eso siempre apuesto al abrazo espontáneo, a que el momento perfecto es ahora, a que el te quiero y el perdón no puede esperar al día siguiente. Cada día es una oportunidad (por trillado que se lea), y no es hasta que vemos ese camino casi desgastado, que la apreciamos. No quiero que se me vaya mi tiempo por este mundo, detenida; ni quiero que pase un segundo más sin valorar cada momento que puedo sentir mi corazón latir. No quiero que los afanes me impidan notar a quien tengo próximo y está, a quien me toma la mano y me acompaña. Elijo vivir completamente y cuando la muerte llegue, que no me arrepienta de todo lo que pude hacer y no hice.
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