El problema humano del capitalismo moderno puede formularse
de la siguiente manera: El capitalismo moderno necesita hombres
que cooperen mansamente y en gran número; que quieran consumir
cada vez más; y cuyos gustos estén estandarizados y puedan
modificarse y anticiparse fácilmente. Necesita hombres que se
sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad,
principio o conciencia moral – dispuestos, empero, a que los
manejen, a hacer lo que se espera de ellos, a encajar sin
dificultades en la maquinaria social-; a los que se pueda guiar
sin recurrir a la fuera, conducir, sin líderes, impulsar sin
finalidad alguna -excepto la de cumplir, apresurarse, funcionar,
seguir adelante-. ¿Cuál es el resultado? El hombre moderno está
enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la naturaleza. Se ha
transformado en un artículo, experimenta las fuerzas vitales como
una inversión que debe producirle el máximo de beneficios posible
en las condiciones imperantes en el mercado. Las relaciones
humanas son esencialmente las de autómatas enajenados en las que
cada uno basa su seguridad en mantenerse cerca del rebaño y en no
diferir en el pensamiento, el sentimiento o la acción. Al mismo
tiempo que todos tratan de estar tan cerca de los demás como sea
posible, todos permanecen tremendamente solos, invadidos por el
profundo sentimiento de inseguridad, de angustia y de culpa que
surge siempre que es imposible superar la separatidad humana.
Nuestra sociedad ofrece muchos paliativos que ayudan a la gente a
ignorar conscientemente esa soledad: en primer término, la
estricta rutina del trabajo burocratizado y mecánico, que ayuda a
la gente a no tomar conciencia de sus deseos humanos más
fundamentales, del anhelo de trascendencia y unidad. En la medida
en que la rutina sola no basta para lograr ese fin, el hombre se
sobrepone a su desesperación inconsciente por medio de la rutina
de la diversión, la consumición pasiva de sonidos y visiones que
ofrece la industria del entretenimiento; y, además, por medio de
la satisfacción de comprar siempre cosas nuevas y cambiarlas
inmediatamente por otras. El hombre moderno está actualmente muy
cerca de la imagen que Huxley describe en Un mundo feliz: bien
alimentado, bien vestido, sexualmente satisfecho, y no obstante
sin yo, sin contacto alguno, salvo el más superficial, con sus
semejantes, guiado por los lemas que Huxley formula tan
sucintamente, tales como: “Cuando el individuo siente, la
comunidad tambalea”; o “Nunca dejes para mañana la diversión que
puedes conseguir hoy”, o como la afirmación final: “Todo el mundo
es feliz hoy en día” La felicidad del hombre moderno consiste en
“divertirse”. Divertirse significa la satisfacción de consumir y
asimilar artículos, espectáculos, comida, bebidas, cigarrillos,
gente, conferencias, libros, películas; todo se consume, se traga.
El mundo es un enorme objeto de nuestro apetito, una gran manzana,
una gran botella, un enorme pecho; todos succionamos, los
eternamente expectantes, los esperanzados -y los eternamente
desilusionados-. Nuestro carácter está equipado para intercambiar
y recibir, para traficar y consumir; todo, tanto los objetos
materiales, como los espirituales, se convierten en objeto de
intercambio y de consumo.
Erich Fromm
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