Las
mujeres seguimos siendo representadas en la cultura como
“buenas” o “malas”, “santas” o “putas”. Las primeras se casan,
las segundas se quedan solas. Esta amenaza es lo que más nos
angustia: la soltería femenina sigue estando estigmatizada y se
contempla como una desgracia. Incluso para las mujeres que
tienen autonomía económica, la gran amenaza que se cierne sobre
nuestras cabezas es la soledad. El divorcio se vive como un
fracaso, el matrimonio como un éxito, y siempre de fondo, está
la soledad que nos come si no encontramos pareja. Y si la
encontramos, también podemos sentirnos igual de solos y solas,
especialmente cuando nos aislamos en niditos de amor para
olvidarnos del mundo.
La
necesidad de afecto nos limita para elegir libremente a alguien
como pareja, pero también a la hora de romper una relación que
no nos hace felices, de modo que no somos tan libres como
quisiéramos. Perdemos la fe en el amor, pero buscamos compañía a
cualquier precio.
Vivimos
en una sociedad muy romántica, pero poco amorosa: hemos
sustituido el calor humano del grupo por la búsqueda de esa
persona única y especial que cubra todas nuestras necesidades
afectivas. Lloramos de emoción en las bodas, pero la tasa de
divorcios aumenta sin cesar.
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