“Es uno de esos ascensores de acero desnudos y herméticos. No hace frío aquí dentro, pero las paredes despiden un aliento gris y glacial, como de congelador de un matadero de reses. Subimos y subimos, y lo único que me hace percibir el desplazamiento es el parpadeo luminoso del contador de pisos electrónico: vamos por el segundo, por el tercero, por el cuarto. El hombre que entró justo antes de que se cerraran las puertas está junto a mí, pero solo le veo los zapatos; en un ascensor, y con extraños, uno siempre mira al suelo o al cielo”.
Rosa Montero
Fotografía: Jose Santos Mingot
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