Desnúdala despacio. O si prefieres
deja que te desnude lentamente.
Acaricia su piel, siente su pecho
tan pegado a tu pecho que parezca
que es tu carne su carne y su tibieza.
Muerde su lengua. Que tu lengua sea
el dardo que la hiera hasta la muerte.
Bebe, sin prisa, el cálido latido
de su saliva y que ella sienta entonces
que derramas en ella vida y sangre.
Deja que te acaricie los rincones prohibidos,
come su carne, muérdele su cuello,
que se pierda en tu vientre y que te empape
la humedad de su boca y el deseo
te llegue hasta los huesos y te rompa.
Y luego, muy despacio, deja que te cubra
su cuerpo. Siente el ansia, escucha
su jadeo animal. La muerte que te llega.
Pero, querido amigo, sigue mi consejo:
antes de nada, quítate, por dios, los calcetines.
Rodolfo Serrano.
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