Nos acabamos de enterar por Oxfam Intermón de que 250.000 trabajadores del sector avícola estadounidense, tierra de libertades, cumplen su jornada laboral con pañales porque los jefes de la cadena de producción consideran un lujo bolivariano y sindical eso de mear y cagar. Ni siquiera Charles Chaplin vislumbró tan satírica profecía en su agorera película Tiempos modernos. Es asombroso cómo nuestros más afamados empresarios consiguen que la realidad (empresarial) supere al arte (del trabajo). El obrero del mundo ya no tiene que velar por sus derechos salariales, ni por un horario digno, ni por la conciliación familiar y esas otras chorradas que hasta los más conspicuos y subvencionados sindicatos han ido descendiendo a media asta. Ahora, la lucha obrera consiste en vindicar el derecho fisiológico a la cagada y a la meada. Pronto nuestras mujeres se verán obligadas a parir encima del teclado del ordenador o en la trastienda de un McDonalds. Y, eso sí, sin manchar. Me queda la duda, no explícita en el informe de Oxfam, de si el obrero ha de pagarse los pañales o los reparte (y se los pone y se los quita) un capataz.
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