Casi se atreve. Casi salta de la cama, se sacude las inseguridades y se planta allí, delante de la profesora, de su jefe, de aquel amigo olvidado, de esa chica que le roba los insomnios. Casi se pone firme y pide una revisión del examen, un ascenso, una oportunidad. Después de tantos años tuvo el teléfono en la mano y casi marcó su número. Casi le mira a los ojos, le tiende la mano y pide perdón. Casi va por sorpresa a su oficina, le besa en los labios y se fugan con lo puesto.
Casi da el paso. Casi pronuncia las palabras que separan el pasado de una vida por estrenar. Casi lo deja. El trabajo, el hastío, la rutina. Casi se baja de la rueda del hámster. Casi da un portazo sin volver la vista atrás. Casi se escapa del purgatorio. Casi se libera de esa mochila tan pesada. Casi se moja. Casi pide la palabra, levanta la mano, protesta, se hace escuchar. Casi les planta cara. Casi despierta y grita, ¡basta!
Le faltó un empujón, un chispazo. Casi se arriesga. Casi se embarca en un negocio, en aquel proyecto, en una locura, en el siguiente vuelo. Casi cambia de vida, de profesión, de ciudad, de aires. Casi se lanza. Casi comienza a ordenar sus sueños en un papel. Casi envía el curriculum. Casi comienza la dieta, el libro, el jersey de punto, el curso de guitarra, las clases de inglés. Casi se levanta del sillón.
Estuvo a punto. Tan cerca que lo tocó con los dedos. Lo recuerda tan bien que prefiere pensar que, en realidad, ocurrió.
Guille Viglione
El diario vasco el Domingo, 23 de noviembre de 2014.
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