¿Tan difícil resulta ponernos de acuerdo? un texto para abrir el curso escolar en todos los colegios...
Al fin y al cabo, es miedo, lo que se esconde detrás del rechazo a lo diferente. Hay muchos tipos de miedo, pero todos comparten algo en común: la absurda e ilusoria imagen de la normalidad. Es una especie de constructo que asienta sus pilares en la educación estrecha y limitada, típica del provincianismo ideológico, de las creencias conservadoras, de la comodidad de lo conocido y propio, de la inercia del rechazo a lo distinto y del refuerzo de la autoestima mediante la ofensa. Un ombligo, siendo el feo cierre abotonado del cordón umbilical, llega a convertirse en el centro del mundo de muchos por la simple razón de ser accesible. Las ideas precocinadas y hostiles que heredamos de nuestra familia, de nuestro lenguaje (aun de manera inconsciente), las creadas por ignorancia y las generalizadas a partir de malas experiencias, forman un poso oscuro que nos impide conocer realmente la realidad. Los prejuicios son las primeras anclas arrojadas en la travesía del aprendizaje, cruzan los brazos antes de saludar, anticipándose a negar lo que todavía ni siquiera conocen.
La discriminación por sexo, por discapacidad o por cultura, la intolerancia religiosa, la xenofobia, la homofobia, el racismo y la minusvaloración de los ancianos son fronteras mentales forjadas a base de negar la aptitud de otras personas. Analizados racionalmente, los diversos tipos de discriminación parten de la incomprensión de las coordenadas vitales del rechazado. Es decir, cuando rechazamos injustificadamente a otra persona, normalmente, le atribuimos responsabilidad en cuanto a su género, su raza, su etnia, su edad o su minusvalía.
Sin embargo, el sexo de una persona, el conjunto de características biológicas y fisiológicas que definen a hombres y mujeres, no determina en absoluto superioridad o inferioridad de ninguna índole, ya que las aptitudes desarrolladas o no por una persona son capacidades individuales, nunca son el denominador común de los hombres o las mujeres. La discapacidad física y/o psíquica es un factor indeseado por aquel que la padece y es incorregible en muchos de los casos. Las creencias pertenecen a una parcela privada de las personas, en cambio, sus rituales pueden ser públicos y precisamente por ello necesitan un espacio para ser practicados. La pertenencia a una etnia es algo connatural en los seres humanos: conjunto de afinidades raciales, lingüísticas, culturales, etc. Al ser sociales y por tanto culturales, no podemos anular nuestros rasgos étnicos característicos sin eliminar parte de nuestra identidad. Igual ocurre con nuestra identidad sexual, heterosexual u homosexual, es un rasgo intrínseco que no influye en absoluto en las capacidades desarrollables por un individuo.
Pese a todo, la gente es rechazada por estas características, entre otras tantas. La imposibilidad de ofrecer argumentos sólidos contra estos colectivos y el hecho de querer rechazarlos por ideas heredadas que carecen de sentido, generan mecanismos de repulsa que van desde el vacío social hasta la agresión física. La posibilidad de ser rechazado es estadísticamente amplia, ya que todos pertenecemos a una cultura, susceptible de ser rechazada por otra; nacemos con unas características fisiológicas que nos definen como hombre o mujer, pudiendo ser minusvalorado por el sexo contrario dependiendo del tipo de sociedad en la que vivamos; podemos abrazar o rechazar la religión, pudiendo ser ajusticiado por herejía o rechazado por rendir culto al dios equivocado; somos mestizos, queramos o no, pues el concepto “raza”, como declara la UNESCO, es en parte convencional y arbitrario; alcanzaremos irremisiblemente la ancianidad, si el declive biológico o un accidente no lo impiden; y nos enamoramos del mismo sexo o del opuesto, pudiendo ser un impedimento para ciertas personas que creen poder decidir en los sentimientos ajenos.
Está claro que la discriminación nace de pensamientos retrógrados que contribuyen a la insostenibilidad de una sociedad. Solo la educación podrá combatir la lacra de los prejuicios, siempre y cuando las nuevas generaciones crezcan pensando que las diferencias son indicadores de riqueza y diversidad de la especie humana. Como empezamos diciendo, el rechazo provoca miedos. Miedo a convertirse en homosexual, idea totalmente absurda pues la identidad sexual no se escoge, se tiene. Miedo a ser dominado por el sexo contrario, concibiéndolo como una amenaza (machismo, misoginia, hembrismo y androfobia). Miedo al sufrimiento, a las limitaciones, al dolor, a la discapacidad. Miedo a la vejez, y por tanto, a la muerte. Miedo a contaminarse de cualquier cosa mala que pueda tener otra raza, como las manidas ideas de la suciedad vinculada al negro o la traición a la etnia gitana. Y miedo a las otras cosmovisiones religiosas, entendidas como una amenaza al propio modo de entender los lazos entre el ser humano y la divinidad.
Prejuicios que generan perjuicios, perjuicios que enfrentan a la población. “Hacia donde miremos, encontraremos que los verdaderos obstáculos para la paz son la voluntad y los sentimientos de los hombres, las convicciones humanas, los prejuicios y las opiniones. Si queremos librarnos de las guerras, tendremos antes que librarnos de todas sus causas psicológicas” (Aldous Huxley – El fin y los medios).
Jesús Portillo
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