lunes, 21 de abril de 2014

La rebelión de las palabras


PALABRAS

Y, por fin, un día las palabras se rebelaron…

Habían sido orgullosos recipientes tangibles, tocables, audibles, masticables, pintables, borrables, olvidables e inolvidables…

Formas físicas evocadoras, sonoras, olorosas, acariciadoras, amorosas, crueles, compasivas, hirientes…

Se reconocían en el flujo rítmico del conferenciante y el balbuceo inocente del niño; en la elegancia sutil y algo pedante del académico y en el argot hambriento, lenguaje elemental del “necesito”…

Se adaptaban a todas las grafías; igual de noble era para ellas el jeroglífico colorido que la caligrafía alambicada; el simple trazo de una línea que la elaborada caligrafía de tinta y pincel.

Porque tenían clara conciencia, las palabras, de ser el puente imprescindible entre el pensamiento y su consecuencia, porque interpretaban todos los sentires, desde el más noble al más abyecto, in perder en este acto su pureza, su elemental fundamento comunicativo, su compromiso con la realidad…

Eran plenamente conscientes de ser el único invento de los hombres que podía sacarlos de la soledad congénita, eterna, irremediable del triste ser humano.

El principio de su pérdida de identidad no está muy claro, pero ellas lo sintieron cuando dejaron de reconocerse en el ejercicio de cada discurso, de cada frase enunciada. Se estaban muriendo porque sus creadores las mataban.

Las palabras andaban perdidas, iban de boca en boca, recorrían pantallas, ocupaban folios y más folios sin poderse encontrar.

Aquella correspondencia casi divina de antaño, era manipulada, pisoteada, hasta convertir en risibles caricaturas de lo que un día fueran.

Atónitas, no podían evitar que mezclaran en un mismo discurso las que hasta ahora contenían pensamientos opuestos; sus significados, orgullosamente detentados, eran llevados al límite de lo grotesco, hasta el punto de volver ininteligible el lenguaje.
Era el caos.

Por todo esto, un día se rebelaron. Huyeron de los escritos donde se habían tomado en vano, treparon por lápices y bolígrafos para volver a la nada… Así, dejaron papel y pantallas vírgenes de nuevo.

Las palabras fueron más contundentes con quienes se atrevían a mancillarlas de viva voz, se detuvieron en el pecho, atoraron las gargantas de los grandes mentirosos, asfixiándolos. Como locas, recorrieron los cerebros hasta licuar las neuronas de sus violadores y el mundo se vio libre de políticos corruptos, falsos chamanes, redentores irredentos, gurús de la bolsa, críticos de música sordos, literatos analfabetos, filósofos de pacotilla…

Las palabras, poco a poco, se recomponen, vuelven a ostentar su poder, ese que les hemos dado y que ya les pertenece.

Lola Suárez






Fotografía: Alexandra Catier


No hay comentarios:

Publicar un comentario