Hace años, en una deprimida zona minera del norte de España, vi una larga hilera de edificios baratos y mezquinamente feos, renegridos por la humedad y aplastados bajo la tristeza de un cielo color plomo. En mitad de ese murallón sombrío había una ventana, solo una, igual de pequeña que las demás, pero llena de tiestos. Y el verdor de esa hojas iluminaba el mundo. Quién vivirá ahí, pensé con admiración. Quienquiera que fuese, no se había rendido.
Rosa Montero
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