sábado, 12 de mayo de 2018

Ariadna.

Sólo se puede conocer la oscuridad
si has vivido dentro de un eclipse
y cuando menos te lo esperas
te ilumina la claridad.
Y Ariadna es como si de repente
hubiera encendido la luz del mundo.
Como si todo este tiempo la vida
la hubiera observado a través de una ventana llena de lluvia.
Ha aparecido y ha pensado,
que la canción que sonaba de fondo era terriblemente triste
y me la ha cambiado por un abrazo.
Ariadna es suave como el sexo bajo la ducha,
precisa como una palabra lanzada al abismo,
ilusionante como una moneda cayendo a una fuente.
Ha cogido mis dudas entre sus manos
y las ha aplastado como si fueran insectos.
Y en cada crujido su sonrisa
ha limpiado la sangre
sin rozar las heridas.
“La felicidad no es no hacerse preguntas,
sino saber la respuestas”,
ha sentenciado.
Luego me ha dejado un beso entre los labios
como quien llama a una puerta
aun teniendo las llaves.
Ariadna desnudando a la primavera
para que el verano no entienda de fechas.
Con esa prisa de llegar al orgasmo
antes que a los besos
y a los besos antes que a mi boca.
Con esa risa desafinada y contagiosa
del que canta en un karaoke sin saberse la letra.
Aún no le he hablado de ti,
ni sé de memoria su número de móvil,
no estoy seguro de si tiene cosquillas en el cielo de la boca,
o es que un beso le basta para espantar a los monstruos.
Tampoco sé si su serie favorita me haría bostezar,
si baila con orgullo las canciones del verano,
si es capaz de mentir cuando lanza una promesa,
o si toda su verdad le cabe en un silencio.
No sé si la nombro cada vez que te olvido.
Pero sé que se inclina y su culo me lleva
a un lugar en el mundo donde no hay cobertura,
sé que el cielo es su boca y su lengua cosquillas,
que no hay serie mejor que sus ojos de diosa,
ni canciones que puedan silenciar sus gemidos.
No hay promesa que sepa incumplir si la observo,
ni silencio más bello que su voz si lo rompe.
Y hasta sé que te olvido cada vez que me nombra.


— Ernesto Pérez Vallejo




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