viernes, 1 de julio de 2016

Adaptación al miedo.


Acostumbrarse a las molestias diarias,
a que se mueran los abuelos.
Hacerse a la idea de que envejecen
los padres y maduran los amigos.
Andar un rato por las tardes.
Verse de pronto envuelto en un debate
sobre hasta cuándo es mejor dar el pecho.
Tener una teoría al respecto.
Apuntarse a cursos de idiomas
o al gimnasio, y actualizar los blogs
al menos una vez a la semana.
Hacer la cama siempre al levantarse
y fregar antes de que se acumule:
hacerse fuerte en la rutina.
Ser un hombre a la hora de hacer colas:
no dejar que se cuelen las marujas
ni nos venza el desaliento.
Medir la vida en estados de Facebook
y la aceptación social en “me gustas”.
Abrir un plazo fijo a un interés
razonable y defender que conviene
una reforma fiscal moderada.
Seguir los partidos sin pegar voces.
Hacerse chequeos de vez en cuando,
que total no cuesta nada. Enterarse
de cuáles son los mejores productos
para mantener limpia la piscina.
Irse de vacaciones con los suegros.
Atender cuando oyes “señor”
por la calle. Aprender a hacerse el nudo
de la corbata y a arreglar los enchufes.
Entender por qué sube la hipoteca.
Asumir que es cada vez más difícil
cumplir el sueño de hacer un trío.
Gastar mucho menos dinero en libros,
reducir el tiempo de siesta.
Hablar en las reuniones de vecinos.
Aprovechar los descuentos del súper,
preferir los conciertos en teatros,
elegir cortinas de seda blancas
que combinen con la mesa camilla,
buscar porno duro gratis, cervezas
negras y ginebras de marca, vinos
con un ligero regusto a manzana
de nombre extranjero. Decir que es suave
pero con mucho cuerpo. Fijarse
en cómo va resbalando la lágrima.
Usar reloj.
Adaptarse, como todos, al miedo.
Amortiguarlo con pastillas.
Apagar el despertador antes de que suene.
Ponerse camisa para ir a trabajar.


Victor Peña Dacosta




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