sábado, 17 de agosto de 2013

Pequeñas cosas. Tournesol

A pesar de la lluvia y los días grises, de las noches de errores y recuerdos, siempre nos quedará un rincón en que escondernos; un cierto viso de esperanza.




Me gusta la magia de las pequeñas cosas. El olor a café por las mañanas (y las tardes), el calor del verano, una sidra compartida. Una terraza acompañada de un buen libro, descubrir una canción que nos defina. Llegar a mi casa después de un día duro, estrenar un vestido, pasarme cuatro horas eligiendo mi próxima lectura. Los mensajes inesperados, las palabras tiernas. Un gin tonic con sed, una manzana fría (a poder ser rugosa). Los abrazos furtivos, el lado frío de la almohada. Las duchas eternas y la radio. Leer un poema y verme reflejada, escucharte reír al otro lado del teléfono. 

Rodolfo Serrano es uno de esos poetas que consigue hacerme partícipe de esto a lo que llamamos vida; pensar que en realidad, no somos tan distintos.

Cosas que ayudan

Habrá que convenir que en este mundo
quedan cosas pequeñas que merecen la pena:
una niña que ríe, café con sacarina,
un vasito de vino y aprenderme tu nombre.

Habrá que convenir que en este mundo
de noticias de muertos y niños guerrilleros
quedan cosas que importan como el hoyo pequeño
de tu boca al reírse o encontrar el tabaco.

Habrá que convenir que estamos solos,
más allá de que sientas que el mundo está tan lleno
que es una dura hazaña respirar y estar vivo
y aunque siempre me quede el sudor de tu cuerpo.

Habrá que convenir que en este mundo
basta aprender tu nombre para que cambie todo.

Rodolfo Serrano 

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