domingo, 11 de febrero de 2018

Just smile.

No sé por qué vivimos en una seriedad absurda y angustiosa que impusimos como etiqueta de conducta del espacio público.
Si hubiera señalamientos junto al de No fumar que dijeran No sonría, encajarían perfectamente en algunos sitios que parecieran diseñados para que la gente tenga tremenda jeta de riñón todo el rato. Cara de culo, decía mi abuela, a los que iban con los labios fruncidos las veinticuatro horas del día.
El enojo incendia los rostros, pero la seriedad los acribilla y afea con enorme eficiencia.

Sonreímos poco entre desconocidos y si alguien lo hace, damos por hecho que quiere algo de nosotros o que está loco. Si lo hacemos por inseguridad, por una reacción instintiva de defensa o porque no distinguimos un carajo de lo que ocurre en nuestro universo emocional, quién sabe.

El caso es que la regla de la no sonrisa se ha impuesto. Qué fea cosa. Bueno, también puede ocurrir que si sonríes con mayor franqueza, algún distraído crea que coqueteas, o si de plano te ríes a carcajada batiente, algún espíritu estrecho pensará que lo estás provocando con tu obscena alegría y te pedirá que te calles. Porque cómo va a ser. Hay gente que no tolera que otros se la pasen bien.


Alma Delia Murillo.



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