lunes, 5 de junio de 2017

Nos matan.

Nos matan porque no vamos armadas. No sólo nos asesinan porque entienden que la mujer es apenas nada, que no vale su vida, ni sus ideas, ni sus palabras. No sólo nos exterminan porque quieren ser dueños del amor, de la tierra, de los hijos, de las casas. No sólo nos descuartizan a escondidas una a una, también nos ponen con sus leyes en el patíbulo a esperar de cualquiera el tiro de gracia. No sólo nos matan por pobres, por putas, por adulteras, por ilustradas, por dejar enfriar la comida o planchar mal las camisas. Nos matan porque no nos temen. No temen nuestra respuesta ni nuestra rabia. El violador sabe que la mujer que es violada no va armada. El acosador sabe que a la mujer solitaria puede tocarle las tetas, el culo, o arrancarle las bragas porque no lleva ningún arma. El asesino que entra en su casa dispuesto a degollar a la madre, esposa o hermana, sabe que no van armadas. Los que nos faltan el respeto, nos ignoran, ridiculizan, menosprecian, humillan, saben que no vamos armadas. Pero si estuviéramos organizadas como una guerrilla, como un batallón poderoso, si ante cualquier agresión, ante cualquier violación, ante cualquier maltratador un ejército de mujeres bien entrenadas desfilara en frente de sus domicilios, de sus trabajos, mostrando sus puños cerrados, sus corazones irredentos, sus cuchillos afilados.
Si ante cualquier sentencia absolutoria, ante cualquier golpe, insulto, tocamiento, amenaza, mostráramos que estamos dispuestas a imponer nuestro deseo de ser iguales justificando el fin con otros medios menos ortodoxos, pero quizá más eficaces veríamos entonces, si no se acababa por las bravas con tanto hijo de la grandísima esparcido por el mundo con toga, uniforme, martillo, doctorado o con arado.

Silvia Delgado



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