domingo, 15 de marzo de 2015

Ciudades.

La ciudad vista por el fotógrafo alemán Matthias Heiderich; la ciudad vista por el poeta andaluz Luis García Montero


Se hacen de hormigón y de cristal, 
de lugares extraños y gentes ocupadas. 

En todas crece un árbol 
delante de la casa de un suicida 
y hay niños que acostumbran a dormirse 
soñando con un perro. 

No faltan desayunos en hoteles lujosos, 
ni tampoco familias con jardín, 
pero son más frecuentes 
los portales oscuros con pareja de novios, 
el beso frío, 
la rosa de cemento en la ventana. 





Las calles desembocan en plazas descompuestas, 
las tardes de domingo en las cafeterías 
y el humo de los coches en los ojos del loco 
que murmura sus años 
y los cuenta sin fin 
de metro en metro. 

Al salir de los túneles sentimos 
que los cielos de agua 
son igual que una carta del pasado, 
y suele comprenderse 
que la vida es un arma lenta y de doble filo 
en los pasos sin nadie, 
en las noches vacías 
o en la debilidad que tienen 
las ciudades por los cines de barrio 
y por las taquilleras muy pintadas. 

A pesar de los plátanos, los olmos y los tilos, 
a pesar de la hierba, si es que hablamos del Norte, 
La gente que nos mira, 
la gente que se salta los semáforos, 
la que fluye delante de las tiendas, 
necesita el amparo 
de otra vegetación, 
un sigilo de números y tarjetas de crédito 
que extiende sus raíces por los sótanos 
y busca soledad en los desvanes 
como los muebles y las ratas viejas. 











No es inútil viajar, 
porque es cierto que todas las ciudades 
amanecen de un modo parecido, 
pero la noche llega en cada una 
de manera distinta. 

De día pueden verse 
secretarias, conserjes, policías, 
músicos callejeros y soldados, 
dependientas que escuchan y sonríen, 
oficinistas con olor a instancia, 
conductores, extraños sacerdotes, 
ejecutivos humillados. 




Igual en todas partes, 

porque apenas existen los kilómetros. 

Pero existe la noche, 
la soledad que borra los oficios 
en un mundo habitado solamente 
por hombres y mujeres, 
confidencias de amarga valentía. 

En las ciudades pueden encontrarse 
relojes que se paran en la última copa, 
la luna sobre un taxi 
y todos los poemas que te escribo. 




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